La intención y la palabra

El esfuerzo sincero de entendimiento, de buscar ir más allá de nuestras limitaciones, es una buena práctica. Aún así, podemos aceptar que Dios no se encuentra contenido en ningún libro, palabra, teoría, practica, etc., esas son cosas de humanos. Él no necesita de nuestras teorías, definiciones o brillantes exposiciones. Su Presencia no está limitada a nuestra comprensión. Es más, en el olvido de las mismas es cuando «algo sucede», pues dejamos de condicionar nuestro vínculo con Él. Sin embargo, este continuo movimiento entre la conceptualización y la trascendencia de la misma, es parte del aprendizaje.

«Sencillamente cerramos los ojos y nos olvidamos de todo lo que jamás habíamos creído saber y entender. Pues así es como nos liberamos de todo lo que ni sabíamos ni pudimos entender.»

Un Curso de Milagros

Las palabras son símbolos de símbolos nos enseña Un Curso de Milagros, representaciones de representaciones. Están doblemente alejadas de la verdad. Pedirle a los conceptos que nos den la certeza que sólo la conexión espiritual puede brindar, es forzar y errar el camino. La certeza no está contenida en la claridad de un concepto. Nunca olvidemos que las palabras son medios, y el uso que le damos tiene relación con la experiencia que propicia, o el estado que evoca en nosotros. No tienen valor por sí mismas, fueron pensadas para propiciar «algo».

Si quieres encontrar la verdad tienes que mirar dentro, y allí verás su reflejo cuando todo y todos se presenten siendo uno solo.

Tampoco es necesario un entendimiento conceptual total y acabado, final y exclusivo para contar con el amor de Dios. Primero porque el ama a su creación no por sus méritos, sino porque Él la creó y no hay condiciones para Su Amor. Segundo, porque creer que podemos igualar lo infinito, inconmensurable, con lo limitado y parcial de nuestra comprensión es sencillamente un error conceptual. Más allá de esto, siguen siendo un medio, una forma de organizar y vehiculizar nuestra mente consciente en un momento determinado.

Nuestras interpretaciones siempre variarán porque son parte de un intento de aproximación de lo finito (temporal) a lo inefable infinito (eterno). Reducir a Dios y sus leyes o su Voluntad a lo que yo puedo comprender hoy, es una de las mayores tentaciones del ego, a la cual se sucumbe con frecuencia, pues así se justifica el bien y el mal y por ende el juicio.

Sólo debemos atenernos a las palabras, ideas, conceptos y teorías como puentes simbólicos. Son un medio para llegar a un lugar que está en todas partes, para sentir aquello que no puede ser contenido y es siempre presente, señalan «algo» pero no son ese «algo». Son una invitación, no la fiesta.

Por ende, ¿cuál es la importancia de una definición, concepto, etc.? La experiencia que propicia y nada más. La experiencia que propicia, ¿de quién depende, de la palabra o concepto o del buscador y su intención de conectar con Dios? Si fuese la palabra, teoría o símbolo, ciertamente estaríamos forjando un ídolo, pues la «cosa externa» es la que propicia la experiencia y no la Voluntad del sujeto. Se nos invita continuamente a navegar entre la fuerza de la intención y la del nombrar la intención (manifestarla).  Nombrarla es importante, pues es necesaria la forma para expresarla, pero la vida está en la intención del sujeto.

Entonces, ¿de qué sirven las teorías, conceptos, símbolos? Sirven, y mucho, mas no hay que confundir su papel. Una vez más, son un medio, y su fuerza no está en la letra, o las relaciones de letras, sino el uso e intención que le da el sujeto.

En nombre de la verdad, de la justicia, de la paz, de Dios, se han hecho muchas cosas. Mas eso no fue garantía de nada.

Todo pensamiento nacido en el seno del tiempo y el espacio será relativo, limitado a ciertas coordenadas de entendimiento, y por lo tanto, no puede expresar la realidad de Dios. El infinito no puede ser expresado por lo finito, y si creemos que si, intentaremos imponer un concepto como la verdad absoluta, y así reduciremos la verdad a un dogma.

Ese no es nuestro camino. El camino es uno de continuo aprendizaje (cambio), donde todo lo que se manifiesta, no es más que una alabanza, no una definición. Es un regalo, no un determinismo. Es un punto de encuentro, no una frontera. Cuando algo manifiesto se vuelve una frontera, es que me he confundido con respecto a quién soy, y que aquello que está «ahí» en el mundo es solo un efecto.

Si quieres encontrar la verdad tienes que mirar dentro, y allí verás su reflejo cuando todo y todos se presenten siendo uno solo. 

por Diego Bentancor

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