LECCIÓN 350. Los milagros son un reflejo del eterno Amor de Dios. Ofrecerlos es recordarlo a Él, y mediante Su recuerdo, salvar al mundo.

Lo que perdonamos se vuelve parte de nosotros, tal como nos percibimos a nosotros mismos. Tal como tú creaste a Tu Hijo, él encierra dentro de sí todas las cosas. El que yo Te pueda recordar depende de que lo perdone a él. Lo que él es no se ve afectado por sus pensamientos. Pero lo que contempla es el resultado directo de ellos. Así pues, Padre mío, quiero ampararme en Ti. Sólo Tu recuerdo me liberará. Y sólo perdonando puedo aprender a dejar que Tu recuerdo vuelva a mí, y a ofrecérselo al mundo con agradecimiento.

Y a medida que hagamos acopio de Sus milagros, estaremos en verdad agradecidos. Pues conforme lo recordemos, Su Hijo nos será restituido en la realidad del Amor.


Comentario:

Un milagro trae consigo un reconocimiento de tu identidad. Al extenderlo, tienes la posibilidad de reafirmarla. Todo milagro ya ha sido concedido, y tan sólo espera tu disposición para recibirlo. Cada vez que lo aceptas, recuerdas el Amor de Dios, y sientes la paz y la felicidad que su recuerdo aporta.

Una vez que dediques tu tiempo a aceptar los milagros que se te han ofrecido, ciertamente tu camino se hará más simple y gozoso, pues estarás recordando cada vez más tu unión con Dios y su presencia amorosa en tu vida. Esto no se puede evitar, tan sólo demorar, pero ciertamente no hay motivos por los que demorar la dicha. Entrega tus ídolos y acepta la radiante verdad, su poder y su amorosa presencia, y ve a tu Hogar junto con tu hermano.

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