Mi impecabilidad garantiza mi perfecta paz, mi eterna seguridad y mi amor imperecedero; me mantiene eternamente a salvo de cualquier pensamiento de pérdida y me libera completamente del sufrimiento. Mi estado sólo puede ser uno de felicidad, pues eso es lo único que se me da. ¿Qué debo hacer para saber que todo esto me pertenece? Debo aceptar la Expiación para mí mismo, y nada más. Dios ha hecho ya todo lo que se tenía que hacer. Y lo que tengo que aprender es a no hacer nada por mi cuenta, pues sólo necesito aceptar mi Ser, mi impecabilidad, la cual se creó para mí y ya es mía, para sentir el Amor de Dios protegiéndome de todo daño, para entender que mi Padre ama a Su Hijo y para saber que soy el Hijo que mi Padre ama.
Tú que me creaste en la impecabilidad no puedes estar equivocado con respecto a lo que soy. Era yo quien estaba equivocado al pensar que había pecado, pero ahora acepto la Expiación para mí mismo. Padre, mi sueño termina ahora. Amén
Comentario:
El deshacimiento de la falsa identidad conlleva por fuerza, la aceptación de tu verdadera identidad. Hasta que no dejes de valorar la idea que tienes de ti mismo, buena o mala, no podrás aceptar el Juicio de Dios, pues aún sigues creyendo en algo que Él no creó.
Deja a un lado la búsqueda de concebirte a ti mismo, de tratar de establecer una identidad extraña y ajena a la Voluntad de Dios. Sin importar cuán bella sea su historia, y cuántos dolores haya atravesado, eso no es lo que Dios creó. Lo que Dios creó está más allá de tu imaginación, y sin embargo a tu alcance, pues es lo que eres. Mas, para aceptar ésta verdad, tienes que abandonar su substituto, y lo tienes que abandonar en conformidad y con toda tu voluntad.