Padre, me diste todos Tus Hijos para que fuesen mis salvadores y mis consejeros de visión; los heraldos de Tu santa Voz. En ellos Tú te ves reflejado y en ellos Cristo me contempla desde mi Ser. No permitas que Tu Hijo se olvide de Tu santo Nombre. No permitas que Tu Hijo se olvide de su santo Origen. No permitas que Tu Hijo se olvide de que su nombre es el Tuyo.
En este día entramos al paraíso, invocando el Nombre de Dios y el nuestro, reconociendo nuestro Ser en cada uno de nosotros y unidos en el santo Amor de Dios. ¡Cuántos salvadores nos ha dado Dios! ¿Cómo podríamos perdernos en nuestro trayecto hacia Él, cuando Él ha poblado el mundo con aquellos que señalan hacia Él, y nos ha dado la vista para poder contemplarlos?
Comentario:
Cuando te unes a la visión del Espíritu Santo, no ves más que a tu propio Ser. ¿Qué otra cosa desearías ver? La oposición finaliza, el desencuentro y la confrontación ya no tienen lugar, pues eres tú mismo, siempre y en todas partes.
Reconoces la unidad, y aunque puedas vacilar por un instante ante la forma, puedes ir más allá de ella. La Hermandad es la continuidad de tu Ser, la forma en la que se trasciende la forma, pues así, la igualdad establece la perfecta comunicación entre aquello que parecía estar separado y ser diferente. Y así el camino de retorno, se comienza y se consuma.