LECCIÓN 234. Padre, hoy vuelvo a ser Tu Hijo.

Hoy vislumbraremos el momento en que los sueños de pecado y de culpa hayan desaparecido y hayamos alcanzado la santa paz de la que nunca nos habíamos apartado. Sólo un instante ha transcurrido entre la eternidad y lo intemporal. Y fue tan fugaz, que no hubo interrupción alguna en la continuidad o en los pensamientos que están eternamente unidos cual uno solo. Jamás ocurrió nada que perturbase la paz de Dios el Padre ni la del Hijo. Hoy aceptamos la veracidad de este hecho.

Te agradecemos, Padre, que no podamos perder el recuerdo de Ti ni el de Tu Amor. Reconocemos nuestra seguridad y Te damos las gracias por todos los dones que nos has concedido, por toda la amorosa ayuda que nos has prestado, por Tu inagotable paciencia y por habernos dado Tu Palabra de que hemos sido salvados.


Comentario:

Aprende de estás palabras la verdad acerca de ti. Tú eres el Santo Hijo de Dios, y cualquier otro nombre que te atribuyas, cuando menos, es incompleto, sino falso. Cualquier juicio que realices sobre ti mismo, te aleja de la totalidad de tu Ser, pues siendo honesto, los juicios no van en pos de reconocer tu Santidad ni la de tu hermano.

El Amor que Dios tiene por Su Hijo es lo que le da su nombre, y es ese mismo Amor el que protege y cuida la perfecta inocencia de Su Hijo. Deja a un lado toda fantasía y acepta el Amor de Dios como tu único patrimonio, olvida las historias del mundo y recuerda la verdad del Espíritu. El pasado no puede decirte quien eres, y nada que no provenga de Dios puede juzgarte correctamente, sólo el Espíritu Santo es digno de recordarte la verdad sobre ti. Escuchalo a Él hablar desde ti la verdad acerca de tu Identidad.

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