La culpa es uno de los «grandes inventos» del ego. En el sueño de separación él es culpable, pero inocente a la vez. Proyecta la culpabilidad de la separación que el mismo intenta justificar y de la cual es producto, sobre otros, todos los otros. Pero como no puede escapar a las leyes que rigen el funcionamiento de la mente, por más que la proyecte fuera, no deja de estar dentro. Sólo genera una ilusión temporal de ocultamiento de la misma. Pero como toda ilusión, se desvanece, pues es falsa y carece de fundamento. Tarde o temprano se «encuentra frente a frente» con aquello que deseaba ocultar.
La culpa es una condición constitutiva del ego, pues el ego al ser el símbolo de la ilusión de separación, es también el símbolo de la culpa. Es el recordatorio constante de que Dios está fuera y lejos, de que fuimos abandonados «injustamente», de que el amor se encuentra en otros, y el mundo privado y personal es real. Constantemente afirma que tu identidad es limitada a condiciones que él mundo impone, y principalmente te enseña que él eres tú, que él es el Hijo que Dios creó.
Pero el ego no puede enseñar nada, porque no sabe nada. Es una condición ilusoria de la mente, en la cual ella misma se autorestringe. El estado de separación de esta condición es tal, que nada entra en contacto con ella y vive en su propia fantasía forjada de ensueños anclados en memorias pasadas, que parecen repetirse indefinidamente, prolongándose así hasta un futuro inescrutable, pero seguro de su inevitabilidad como consecuencia del pasado que fabricó.
La Expiación conlleva una re-evaluación de todo lo que tienes en gran estima, pues es el medio a través del cual el Espíritu Santo puede separar lo falso de lo verdadero, lo cual has aceptado en tu mente sin hacer ninguna distinción entre ambos.
Un Curso De Milagros. C. 13.9.4
Nada de esto es cierto, pero alimenta la ilusión de separación y por tanto la culpa se mantiene intacta, pues el núcleo no se ha visualizado correctamente. El núcleo que el ego intenta ocultar por todos los medios posibles es que él mismo no existe, pues la separación no es real y Dios nunca pudo haber abandonado, castigado o limitado a su Hijo, pues lo creó perfecto cómo extensión de si mismo. El ego representa la fantasía de separación en la mente del Hijo de Dios. Es su sueño de soledad.
Así, la culpa se basa en una identidad ilusoria, forjada en la obscura fantasía de aislamiento, en la soledad y el miedo, haciendo de lo que no es nada, el centro del universo. Escucha esto: tú no estás sólo, ni eres un ente aislado y confinado a los límites de tu ego, tú no eres tu ego, y tu identidad te puede ser recordada, despertando de un sueño de lo que nunca pudo haber sido. Recuerda tu inocencia en el instante santo, donde abandonas las ilusiones que has hecho de ti mismo y del mundo. No son reales. No lo son. No intentes justificarlas, no lo son. Cuando lo aceptes, verás las puertas del Cielo abrirse ante ti, pues nunca te fuiste más allá.
Tú crees ser lo que no eres y ese es todo el problema. ¿Cómo podrías ser una voluntad separada de Dios, cuando no hay más voluntad que la Suya? Es más acertado reconocer que te encuentras en el laberinto de tus propias asociaciones temporales, donde te defines tal cual crees ser, mas, está es toda la paradoja del ego-yo, afirmando ser, cuando él no puede ser.
El Espíritu está más allá de toda clase de discernimiento. Permite que su luz irradie sobre ti y que el perdón deshaga las ilusiones de ti mismo y del mundo, permitiendo que el amor comience a retomar el espacio que parece haber perdido en tu conciencia, y por ende, recordándote que nunca estuvo ausente. Te devolverá la conciencia de lo que ya es tuyo, y todas tus percepciones serán reorganizadas hasta que se desvanezcan en su luz.