Nadie puede dar lo que no ha recibido. Para dar algo es preciso poseerlo antes. En este punto las leyes del Cielo y las del mundo coinciden. Pero en este punto difieren también. El mundo cree que para poseer una cosa, tiene que conservarla. La salvación enseña lo contrario. Al dar es como reconoces que has recibido. Es la prueba de que lo que tienes es tuyo.
Comprendes que estás sano cuando ofreces curación. Aceptas que el perdón se ha consumado en ti cuando perdonas. En tu hermano te reconoces a ti mismo, y así, te das cuenta de que eres pleno. No hay milagro que no puedas dar, pues todos te han sido dados. Recíbelos ahora abriendo el almacén de tu mente donde se encuentran y dándoselos al mundo.
La visión de Cristo es un milagro. Viene de mucho más allá de sí misma, pues refleja el Amor Eterno y el renacimiento de un amor que, aunque nunca muere, se ha mantenido velado. La visión de Cristo representa el Cielo, pues lo que ve es un mundo tan semejante al Cielo que lo que Dios creó perfecto puede verse reflejado en él. En el espejo tenebroso que el mundo presenta sólo se pueden ver imágenes distorsionadas y fragmentadas. El mundo real representa la pureza del Cielo.
La visión de Cristo es el milagro del que emanan todos los demás milagros. Es su fuente, y aunque permanece con cada milagro que das, sigue siendo tuya. Es el vínculo mediante el cual el que da y el que recibe se unen en el proceso de extensión aquí en la tierra, tal como son uno en el Cielo. Cristo no ve pecados en nadie. Y ante Su vista, los que son incapaces de pecar son todos uno. Su santidad les fue otorgada por Su Padre y por Cristo.
La visión de Cristo es el puente entre los dos mundos. Y tú puedes tener absoluta confianza de que su poder te sacará de este mundo y te llevará a otro que ha sido santificado por el perdón. Las cosas que aquí parecen completamente sólidas, allí son meras sombras, transparentes, apenas visibles, relegadas al olvido a veces e incapaces de poder opacar la luz que brilla más allá de ellas. A la visión se le ha restituido la santidad, y ahora los ciegos pueden ver,
Este es el único regalo del Espíritu Santo, el tesoro al que puedes recurrir con absoluta certeza para obtener todas las cosas que pueden contribuir a tu felicidad. Todas ellas ya se encuentran aquí, y se te dan sólo con que las pidas. Aquí las puertas no se cierran nunca, y a nadie se le niega la más mínima petición ni su necesidad más apremiante. No hay enfermedad que no esté ya curada, carencia que no se haya suplido ni necesidad que no haya sido satisfecha en éste, el áureo tesoro de Cristo.
Aquí es donde el mundo recuerda lo que perdió cuando fue construido. Pues aquí se le repara y se le renueva, pero bajo una nueva luz. Lo que estaba destinado a ser la morada del pecado se convierte ahora en el centro de la redención y en el hogar de la misericordia, donde se cura a todos los que sufren y donde se les da la bienvenida. A nadie se le niega la entrada en este nuevo hogar donde le aguarda su salvación, Nadie es un extraño aquí. Nadie le pide nada a otro salvo el regalo de aceptar la bienvenida que se le ofrece.
La visión de Cristo es la tierra santa donde las azucenas del perdón echan raíces. Ése es su hogar. Desde ahí se pueden llevar hasta el mundo, pero jamás podrán crecer en sus tierras estériles y superficiales. Tienen necesidad de la luz y del calor, así como del amoroso cuidado que la caridad de Cristo les provee. Necesitan el amor con el que Él las contempla. Y se convierten en Sus emisarios, que dan tal como recibieron.
Toma lo que quieras de Su depósito, para que sus tesoros puedan multiplicarse. Las azucenas no abandonan su hogar cuando se traen al mundo. Sus raíces siguen aún allá. No abandonan su fuente, sino que llevan su beneficencia consigo, y convierten al mundo en un jardín como aquel del que vinieron, y al que retornarán con una fragancia todavía mayor. Ahora son doblemente benditas. Han transmitido los mensajes de Cristo que traían y éstos les han sido devueltos. Y ellas se los llevan de vuelta gustosamente a Él.
Contempla el caudal de milagros desplegados ante ti para que los des. ¿No eres acaso merecedor de esos mismos regalos cuando Dios Mismo dispuso que se te concediesen? No juzgues al Hijo de Dios, sino sigue el camino que Dios ha señalado. Cristo ha soñado el sueño de un mundo perdonado. Ése es Su regalo, a través del cual puede tener lugar una dulce transición de la muerte a la vida; de la desesperación a la esperanza. Permitámonos por un instante soñar con Él. Su sueño nos despierta a la verdad. Su visión nos provee de los medios por los que regresar a nuestra santidad eterna en Dios, la cual nunca perdimos.
Comentario:
La Luz está en ti, pues has sido creado de la luz. Lo que andas buscando ya lo tienes, y lo único que evita que lo encuentres es el miedo a encontrarlo. ¿Quién que reconoce el Amor de Cristo en su corazón puede creer en la pequeñez del ego con la que se identifica? ¿Quién justificaría el sufrimiento y la culpabilidad?
El temor a reconocer la luz en ti proviene de la creencia de que tú éres tu ego, y que sin él, no tendrías nada. Las ideas, los valores, las explicaciones, tus emociones y un sin fin de cosas más quedarían obsoletas, y eso parece ser una pérdida sólo porque aún no te has permitido aceptar que el ego es una fantasía, no un hecho. Una fantasía que recreas a cada instante, pues depende de tu deseo para continuar vigente.
Detente por un instante y permite que la Realidad del Guía del Cielo, te ofrezca una nueva alternativa, en la cual puedas elegir algo que no sea tu ego, ni su mundo forjado en el desprecio y el desamor. No tienes porque limitarte a «ser» tu ego, pues no es la única opción. Tienes una identidad que el Padre te otorgó cuando te creó y el Espíritu Santo te recuerda amorosamente si se lo permites. Con cada pensamiento que le entregas a Él, y en cada ocasión que recurres a su guía, Él te ofrecerá desde tu verdadera identidad, una forma que puedas usar para expresarla en el tiempo e ir más allá de él, pues nada que provenga de tu verdadero Ser queda limitado a las leyes del mundo.
Y así, vas recordando con cada decisión que tomas junto a tu Guía, el amor que reside en ti, y el cual éres. No para retenerlo, sino para darlo y extenderlo, y de esa manera restablecer la plenitud de la unión.