Tal vez aún no esté completamente claro para ti el hecho de que en cada decisión que tomas estás eligiendo entre un resentimiento y un milagro. Cada resentimiento se alza cual tenebroso escudo de odio ante el milagro que pretende ocultar. Y al alzarlo ante tus ojos no puedes ver el milagro que se encuentra tras él. Éste, no obstante, sigue allí aguardándote en la luz, pero en lugar de él contemplas tus resentimientos.
Hoy vamos a ir más allá de los resentimientos para contemplar el milagro en lugar de ellos. Invertiremos la manera como ves al no dejar que tu vista se detenga antes de que veas. No esperaremos frente al escudo de odio, sino que lo dejaremos caer, y, suavemente, alzaremos los ojos en silencio para contemplar al Hijo de Dios.
Él te espera tras todos tus resentimientos, y a medida que dejas éstos de lado, él aparecerá radiante de luz en el lugar que antes ocupaba cada uno de ellos. Pues cada resentimiento constituye un obstáculo a la visión, mas según se elimina, puedes ver al Hijo de Dios allí donde él siempre ha estado. Él se encuentra en la luz, pero tú estabas en las tinieblas. Cada resentimiento hacia que las tinieblas fuesen aún más tenebrosas, lo cual te impedía ver.
Hoy intentaremos ver al Hijo de Dios. No nos haremos los ciegos para no verlo; no vamos a contemplar nuestros resentimientos. Así es como se invierte la manera de ver del mundo, al nosotros dirigir nuestra mirada hacia la verdad y apartarla del miedo. Seleccionaremos a alguien que haya sido objeto de tus resentimientos y, dejando éstos a un lado, lo contemplaremos. Quizá es alguien a quien temes o incluso odias; o alguien a quien crees amar, pero que te hizo enfadar; alguien a quien llamas amigo, pero que en ocasiones te resulta pesado o difícil de complacer; alguien exigente, irritante o que no se ajusta al ideal que debería aceptar como suyo, de acuerdo con el papel que tú le has asignado.
Ya sabes de quien se trata: su nombre ya ha cruzado tu mente. En él es en quien pedimos que se te muestre el Hijo de Dios. Al contemplarlo sin los resentimientos que has abrigado en su contra, descubrirás que lo que permanecía oculto cuando no lo veías, se encuentra en todo el mundo y se puede ver. El que era un enemigo es más que un amigo cuando está en libertad de asumir el santo papel que el Espíritu Santo le ha asignado. Deja que él sea hoy tu salvador. Tal es su función en el plan de Dios, tu Padre.
En nuestras sesiones de práctica más largas de hoy lo veremos asumiendo ese papel. Pero primero intenta mantener su imagen en tu mente tal como lo ves ahora. Pasa revista a sus faltas, a las dificultades que has tenido con él, al dolor que te ha causado, a sus descuidos y a todos los disgustos grandes y pequeños que te ha ocasionado. Contempla las imperfecciones de su cuerpo así como sus rasgos más atractivos, y piensa en sus errores e incluso en sus «pecados».
Pidámosle entonces a Aquél que conoce la realidad y la verdad de este Hijo de Dios, que se nos conceda poder contemplarlo de otra manera y ver a nuestro salvador resplandeciendo en la luz del verdadero perdón que se nos ha concedido. En el santo Nombre de Dios y en el de Su Hijo, que es tan santo como Él, le pedimos:
Quiero contemplar a mi salvador en éste a quien Tú has designado como aquel al que debo pedir que me guíe hasta la santa luz en la que él se encuentra, de modo que pueda unirme a él.
Los ojos del cuerpo están cerrados, y mientras piensas en aquel que te agravió, deja que a tu mente se le muestre la luz que brilla en él más allá de tus resentimientos.
Lo que has pedido no se te puede negar. Tu salvador ha estado esperando esto hace mucho tiempo. Él quiere ser libre y hacer que su libertad sea también la tuya. El Espíritu Santo se extiende desde él hasta ti, y no ve separación alguna en el Hijo de Dios. Y lo que ves a través de Él os liberará a ambos. Mantente muy quedo ahora, y contempla a tu radiante salvador. Ningún sombrío resentimiento nubla la visión que tienes de él. Le has permitido al Espíritu Santo expresar a través de ese hermano el papel que Dios le asignó a Él para que tú te pudieses salvar.
Dios te da las gracias por estos momentos de sosiego en que dejas a un lado tus imágenes para ver en su lugar el milagro de amor que el Espíritu Santo te muestra. Tanto el mundo como el Cielo te dan las gracias, pues ni uno solo de los Pensamientos de Dios puede sino regocijarse por tu salvación y por la del mundo entero junto contigo.
Recordaremos esto a lo largo del día, y asumiremos el papel que se nos ha asignado como parte del plan de Dios para la salvación, y no del nuestro. La tentación desaparece cuando permitimos que todo aquel que se cruza en nuestro camino sea nuestro salvador, rehusándonos a ocultar su luz tras la pantalla de nuestros resentimientos. Permite que todo aquel con quien te encuentres, o en quien pienses o recuerdes del pasado, asuma el papel de salvador, de manera que lo puedas compartir con él. Por ti y por él, así como por todos los que no ven, rogamos:
¡Que los milagros reemplacen todos mis resentimientos!
Comentario:
Cuando percibes miedo o conflicto, es porque te has identificado con el ego. Estás viendo miedo y conflicto, porque estás usando «sus» ojos y «sus» creencias. Esto es siempre así, y no hay otra manera de considerarlo. El ego representa la separación de Dios, y todo lo que se ve como separado del Amor, tiene miedo.
Mas, no puedes estar separado de Dios, pero para que ello sea cierto para ti, tienes que dejar de usar los ojos y creencias del ego. De lo contrario, estar separado no podrá cuestionarse, pues ¿quién que use a su ego para ver la realidad, no verá más que separación, miedo y conflicto? ¿Y quién que vea estás cosas, no estará más que usando a su ego para ver? En esto no hay opciones, sólo el ego ve miedo y separación, y si ves miedo y separación es porque estás usando sus ojos y sus creencias.
Sin embargo, tienes otra manera de ver las cosas a tu alcance. El Espíritu Santo te ofrece su interpretación desprovista de miedo y llena de amor y misericordia. No sobre lo que el ego te dice, pues el Espíritu Santo no viene a discutir ni a convencer. Lo que Él ofrece, disuelve al ego, lo deshace, pues las interpretaciones del ego son falsas siempre, porque jamás consideran el Amor de Dios, y por ende dan lugar a un mundo falso. Ese mundo no requiere rescate, pues no existe, es la fantasía del ego. Pero tu mente si requiere ayuda para dejar de creer en las ilusiones. Mientras crea en ellas, no podrá ver y escuchar la Guía del Espíritu Santo.
La verdad sólo desplazará dulcemente al miedo, y dejará en su lugar a la paz. La Luz de la Verdad no es para combatir la obscuridad, tienes que renunciar a la obscuridad llevándola ante la Luz y dejar que simplemente desaparezca. Es tan simple como poner al ego y a Dios ante ti, y dejar que el ego se disuelva ante Su Presencia y Su Amor. Pero tienes que entregar al miedo, renunciar a él para dar lugar al amor. Mientras creas que el miedo es más real que el amor, creerás que el ego es más fuerte que Dios. Y sabes que esto no puede ser así.