El entrenamiento mental es un medio. Un puente hacia la experiencia de paz. Es el camino que conecta el aparente estado actual con uno deseado, pero reconocido y experimentado en algún momento, es decir, ya hay un registro de plena paz, no estamos inventando nada. Es de hecho, «la condición intrínseca» de la existencia. Es en definitiva, la práctica de deshacimiento la que nos lleva al centro de nuestra existencia, al reencuentro con la Luz, con nuestra Fuente siempre presente.
Nadie puede negar que hay un ser divino en cada uno de nosotros, una chispa divina, un monto de amor infinito. Un dragón, una mariposa o colibrí, un rey o una reina, un héroe, un semi-dios, todas imágenes de ese recuerdo, de esa añoranza. Ésta, se traduce en fantasías cuando nos alejamos y perdemos el camino, pero es un recuerdo tan vívido y activo en nosotros, que nadie puede pasarlo por alto.
No estamos aquí para vivir fantasías, o para alimentarnos de utopías de fraternidad y paz. Estamos aquí para que todo eso tome una forma muy concreta a través nuestro, activando la Luz interna, derramando en cada acto, en cada situación, esa condición divina que poseemos. Toda fantasía cae, mas, si despejamos el camino que ha vuelto una condición natural, a una remembranza casi inútil, podremos vislumbrar el punto de encuentro entre esa condición y mi estado actual; y finalmente perdonar.
Podré reconocerme sin interferencia. Sin imágenes de lo que podría ser. Tenemos muchos ejemplos de personas que han realizado esa condición divina, y cada uno de nosotros, está en camino a la misma realización, tarde o temprano, aunque de ello no se puede derivar una forma predecible. Algo si es seguro, la práctica es el puente que conduce a trascender la fantasía hacia la realización plena.
Estamos liberando el camino para una experiencia de paz no dual. Una experiencia de Amor y dicha, duradera, estable, que no esté a merced de los embates emocionales o de situaciones que parecen emerger para dar por tierra mis esfuerzos. Despejamos el camino de aquellas ideas limitantes, de carencia y oposición, del miedo, el terror y la ira, que han vuelto al amor, un metal pesado, una mezcla o una bruma que nadie puede sostener por mucho tiempo sin sufrir sus consecuencias. ¿Qué hemos hecho del amor y de la paz, cuando resignamos su completud a condiciones marginales, a probabilidades casi inexistentes? Una añoranza…
Todos los pensamientos que le hemos adjudicado, tanto buenos como malos, deben ser sometidos a una nueva interpretación, a una purificación. La cual no puede ser llevada adelante, sin una serie de pasos que desmantelan el viejo edificio de ideas que hemos creado en torno a nosotros mismos, a los demás y al mundo. Desmantelar juicios y el activo impulso de juzgar. ¿Cómo se logra eso? Con entrenamiento. ¿Es posible dejar de juzgar? (ya alguien respondió a esto, manual para el maestro de Ucdm). ¿Es posible una mente libre de juicios y condicionamientos, receptiva y abierta al presente? Si no lo fuera, no tendría sentido ninguna búsqueda espiritual; y me atrevo a decir que ninguna otra búsqueda, ya que los sistemas cerrados no permiten desarrollo ni cambio.
Estamos intentando activar lo que ya está ahí, esa inocencia «perdida», esa paz que una vez sentimos, pero más profundo aún, más que vagos recuerdos de una infancia, van a un estado latente en el centro del Corazón, en el centro de la Conciencia misma. Es un reconocimiento de un estado inmemorial, pero aún presente, un estado que anhela por ser atendido. ¿Quién no querría relacionarse sin miedo? ¿Libremente y sin presiones? ¿Seguro de ser recibido, aceptado y amado, así como amar y recibir en plena disposición? Podemos estar seguros que la inmensa mayoría, querría aceptar está condición, y el restante temeroso, no haría más que seguir a los primeros.
No podemos establecer lo que es la paz, pero podemos allanar el camino a su experiencia, la cual está ya ahí. Sólo hemos tomado malas decisiones, limitando nuestra posibilidad de experimentar estos estados de plenitud. Cuanto más miedo, el Ser, se ve más limitado. Y el miedo es una emoción que depende del pensador que la motiva. El pensador es uno mismo. Pensar de otra manera, definitivamente, altera el resultado. El entrenamiento, sin lugar a dudas altera el resultado.
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