«Los que son conscientes de la fortaleza de Dios jamás podrían pensar en batallas. ¿Qué sacarían con ello sino la pérdida de su perfección? Pues todo aquello por lo que se lucha en el campo de batalla tiene que ver con el cuerpo: con algo que éste parece ofrecer o poseer. Nadie que sepa que lo tiene todo podría buscarse limitaciones ni valorar las ofrendas del cuerpo. La insensatez de la conquista resulta evidente desde la serena esfera que se encuentra por encima del campo de batalla. ¿Que puede estar en conflicto con lo que lo es todo? ¿Y qué hay que, ofreciendo menos, pudiese ser más deseable? ¿A quién que esté respaldado por el amor de Dios podría resultarle difícil elegir entre los milagros y el asesinato?»
Un Curso de Milagros. Cap. 23, IV