Parece que no podemos elegir lo que sentimos. Parece que no podemos elegir las experiencias que vivimos, aún en el más mínimo detalle. Pero sabemos en lo profundo de nuestro Ser, que no es así. Sabemos que no somos víctimas del mundo que vemos y que somos responsables de nuestra experiencia vital. Lo que aún no tenemos es una plena conciencia y aceptación de esto.
Quién más que uno mismo podría mantener el pasado vivo, un resentimiento o una culpa añeja? Quién más sino uno mismo puede esgrimir una creencia y defenderla, experimentar sus postulados y aferrarse a ella como si de la verdad se tratase?
Puede que veas en otros la insistencia en el ataque, en revivir el pasado, la perfidia en la pérdida, pero no es más que una resonancia, un reflejo. Quién gritaría efusivamente si no estuviese compenetrado en el juego? Y quién se afligiría por un resentimiento si no habitase aún fuerte y vigoroso en su propia conciencia? El pensador se ha apresado así mismo, y no ve sus pensamientos y sus emociones como un efecto de sus propias decisiones. A dejado en manos de alguien más, la responsabilidad, el poder, y la capacidad de su mente, pero lo ha hecho con el guía equivocado.
Para qué haces lo que haces? A dónde te está llevando? Cuál es el resultado ahora, no mañana, en un mes o un año, sino ahora? Por qué crees que debes pagar por tu tranquilidad? O bien eres culpable o inocente, no hay más opciones. Una de éstas exige algún tipo de compensación, pues es insoportable. Estas compensaciones mitigan su presencia, ocultándola, mas no pueden desvanecerla. Los patrones de comportamiento que se han vuelto un ritual, porque no ven más allá de si mismos, y de su realización como la “salvación”, tienen como objeto suspender la presencia de la culpa. Jamás lograrán la paz, porque ese no es su cometido. La paz es un logro de aquellos que han visto el sufrimiento y han decidido ir más allá, tomando responsabilidad primero. Nadie puede trascender un obstáculo que no reconoce, así como nadie acepta el remedio si no se considera enfermo. El patrón tiene como objeto escapar del miedo o de la culpa, es una reacción, no una solución.
La culpa, el pasado, el miedo, el castigo, el sacrificio, son un cumulo de ideas y emociones que se experimentan en conjunto. Porque el sistema de pensamiento es total. Una vez que sientes culpa, el “justo castigo de los culpables” está presente, al igual que el sacrificio para “compensar el pecado cometido”. Una vez que cualquiera de estos mecanismos se activa, toda la rueda se mueve. No creas que no te castigarás a ti mismo, si sientes culpa. No serías “justo” contigo mismo si no lo hicieses así.
Del mismo modo que el Ego, el Espíritu Santo ofrece un sistema íntegro, el cual está basado en el Amor de Dios. Éste es experimentado también por una serie de pensamientos y emociones que son reflejo de Su Amor: la paz, la dicha, la libertad, la felicidad, etc. Para efectuar este cambio, debes aceptar, escuchar tu estado actual. Reconocer la evidencia a tu alrededor. Qué ves, qué sientes?
La mente se encuentra cautiva de sus propias creencias, porque no se reconoce como su causa, su fuente. Se ve así misma a través del limitado crisol que ha forjado en el miedo y la culpa. Por ello es necesario soltar las creencias. Soltar las creencias es en definitiva, soltar el patrón y abrirse a lo nuevo, a la modificación.