Con dulzura, por lo tanto, aunque con la convicción que nace del Amor del Padre y de Su Hijo, repite para tus adentros lo siguiente:
Pondré de manifiesto lo que experimente.
Si soy inocente no tengo nada que temer.
Elijo dar testimonio de mi aceptación de la Expiación, no de su rechazo.
Quiero aceptar mi inocencia poniéndola de manifiesto y compartiéndola.
Quiero llevarle paz al Hijo de Dios de parte de su Padre.
Ucdm. Cap. 14, s. III