Tus células, tus relaciones, los ladrillos de tu casa, todo será tomado por la Luz. Debes aceptarlo, permitirlo y especialmente, pedirlo. El pedido reorienta tu mente, la cual se predispone a reconocer los efectos de la Luz. La Luz siempre está ahí.
La activación de tu reconocimiento, establece las condiciones para que el proceso de corrección en la percepción ocurra. La Luz modifica tu sueño. Y esto no es parcial, a libre interpretación o una posibilidad. La Luz modifica tu sueño de una manera sustancial y concreta, que es lo mismo que decir profunda, reconocible y funcional. No hay error ni pérdida. La experiencia es natural cuando ocurre el perdón. Es más, sin la experiencia de sanación, puedes estar seguro de que el perdón no se ha completado.
La sanación es un efecto, no solo inmediato, sino que se expresa como vivencia en algún orden. La Luz entra en el cuerpo. Lo modifica. La sanación es su consecuencia. Y esto es un logro instantáneo, aunque requiere de cierta persistencia. Incluso la sensación de lograrlo por medio de un proceso temporal puede estar presente, mas la curación es una sola. Éste reconocimiento es lo que conlleva tiempo, que a su vez, será utilizado para promover otras sanaciones.
Aún, nuestra convicción no es total, de lo contrario, no habría dolor de ningún tipo. Pero una vez que éste se manifiesta, la corrección está a disposición. No importa el grado de padecimiento en el que creamos estar sumergidos, para la luz no hay obstáculos.
La sanación se irá fortaleciendo a medida que la practiquemos, solicitándola y abriéndonos a ella. No tenemos que hacer nada, más que limpiar los pensamientos que obstruyen la fe perfecta. Jesús solo pide un instante de ausencia de miedo, con ello alcanza para que la gracia modifique el sueño de separación.
En definitiva, te vuelves testigo de la Luz, de cómo ella lo va tomando todo hasta que todo desaparece en su radiante fulgor. El resplandor lo abarcará todo, y ello será suficiente. Solo deja que esto suceda, y experimentarás los resultados. Esa Luz penetrante es la aceptación de la presencia del Amor de Dios. Una vez que trasciendas el límite de la fantasía hacia la experiencia, esto será irremediablemente, un hecho.
Todos lidiamos con fantasías. Pero Dios no es una fantasía, tampoco la Luz, la Unicidad, la curación o el reconocimiento de Cristo en ti. Seguro tienes fantasías al respecto. Mas, para superarlas, requieres de toda tu voluntad. No una porción, toda. Tu voluntad es quién elimina toda fantasía, al disponer toda tu energía en el logro de un objetivo. El sueño se sostiene por tu voluntad dividida, si te entregas a un sólo propósito (la sanación, el perdón, el reconocimiento de tu inocencia, tu Unidad con Dios), ello te conducirá más allá del sueño y la división.
Puedes estar seguro de que todos han sentido la Luz, mas, no todos están listos para aceptarlo. La Luz no es parcial, porque proviene de la compleción, y su inserción en el común discurrir de la vida, provoca experiencias no siempre agradables o aceptables para aquellos que no están dispuestos a soltar el sueño de separación. La Luz no solo muestra la irrealidad, el sin sentido, lo equivocado que estamos, sino también, que está en nuestras manos continuar, que no hay rehenes. Esto da pavor en muchos casos, y la negación se vuelve su fuerte.
Las fantasías encubren el miedo que causa la aceptación del poder de decisión. La Luz te lo devuelve, porque la curación proviene del reconocimiento implícito de su presencia, y ella sólo obra en tu vida, si tú se lo pides. El pedido, aunque sea por un instante, tiene que ser total, en ausencia de miedo. De lo contrario, no estarías pidiendo Luz, sino más miedo. No puedes pedir algo que te atemoriza, sin atemorizarte. Si crees que perderás algo, cuando pidas Luz, no tienes claro lo que estás pidiendo.
Se receptivo a la Luz (1) La disposición
Se receptivo a la Luz (3) La disolución de la culpabilidad “oculta”